Había una vez una niña, Rosaura de nombre, que vivía junto a un bosque en un país muy, muy lejano. Rosaura tenía una hermana mayor, Florencia, que como la mayoría de los hermanos mayores, era la que hacía todo el trabajo, cocinando, ayudando a mamá en las tareas del hogar y cuidando a la abuela.
La abuela le tenía especial cariño a Florencia, un verdadero cielo de criatura, y como premio a sus cuidados, le hizo una caperuza roja, para que la chiquilla no pasase frío cuando tenía que atravesar el bosque para ir a visitarla a ella. La caperuza hacía su efecto y consiguió suscitar el deseo de posesión de la pequeña Rosaura, que era una niña envidiosa.
Un día, Rosaura sustrajo la caperuza roja a Florencia, y la echó al fuego. Como Florencia no consiguió encontrar su caperuza, se puso muy triste, y le dijo a la abuela que le hiciese otra. La abuela tejió entonces dos caperuzas, una para cada nieta. La manipuladora Rosaura ya tenía lo que quería, pero no contenta con esto, hizo un agujero en la caperuza roja de su hermana para que su propia caperuza fuese la mejor. Florencia jamás se quejaba de estas afrentas.
En una ocasión, la mamá llamó a sus hijas y les dijo:
-Niñas, debeis ir a casa de la abuela para llevarle comida, que está malita en la cama. Además, hay que llevarle un cesto con ropa limpia.
Dicho esto, Rosaura se empeñó en llevar la pequeña cesta con comida, que le fue asignada, y el gran cesto de ropa fue entregado, como no, a Florencia, que se lo echó al hombro sin protestar. Ambas se colocaron su caperuza roja, pues era un día muy frío, y emprendieron el camino.
Al poco de estar atravesando el bosque, llegaron a una bifurcación en el camino, ya conocido por ellas, y junto al cruce aparecía recostado en un árbol un enorme lobo, de nombre Güisqui, ya conocido por ellas. Al llegar al lobo, las recibió amablemente y con una sonrisa.
-Hola niñas ¿me recordáis? Soy el lobo Güisqui, el más veloz de todos los lobos. ¿Dónde váis?
-A casa de mi abuela, que ayer comió muchas castañas y champán, y está muy enferma, con gran dolor de barriga y una cosa que ella llama resaca –dijo inocentemente Florencia.
-Os echo una carrera –dijo el lobo–, vosotras por allí y yo por aquí. Quién llegue la última, será comida por mí.
El lobo señalaba el camino largo para las niñas y el corto para él, a lo que se negó Rosaura, que pretendía tomar el camino corto. El lobo la convenció.
-No te preocupes, niña pequeña, ven por el camino que yo iré y veremos así quién es el más rápido.
-Sí –contestó animada Rosaura–, yo iré contigo, lobo.
Florencia les dijo que no era buena idea y que debía ir con ella, pero el lobo se burló de lo que decía la hermana mayor y le robó su caperuza, colocándosela él de forma grotesca.
Comenzó la carrera y en la primera curva el lobo se comió a la pequeña Rosaura, apresurando el paso para llegar a casa de la abuela antes que Florencia, pero su estómago, casi lleno después de la comilona, le estaba provocando acidez. Se detuvo en la farmacia a comprar un antiácido, y Bernardo, su amigo farmacéutico, le dio un buen remedio. Además, cuando supo que se había comido a la niña y quería comerse a la otra, le regaló un tarrito de jalea real para que pudiese correr más veloz. El lobo obedeció y se tomó la jalea, notando como sus cansados miembros, tornaban en vigorosos. Echó a correr como nunca lo hizo antes, mientras el farmacéutico echaba cuentas del negocio que podría hacer, pues además de la farmacia, regentaba el cementerio y la perrera municipal.
El lobo llegó a casa de la abuela, y se abalanzó sobre ella, pleno de energía. Copularon una, dos, tres, cuatro, cinco veces, hasta que la abuela falleció feliz de la vida de un ataque cardíaco (aunque el lobo en su defensa diría que fue un fallo mecánico). Güisqui se comió a la abuela para borrar pistas y calmar hambre. Estaba un poco dura, pero el sabor era exquisito. Ya saben “gallina vieja, mejor caldo”.
Apenas estaba el lobo poniéndose el camisón de la abuela y metiéndose en la cama, apareció Florencia. El lobo apenas podía creerlo, pues la joven había recorrido una distancia muy larga en un tiempo record. Güisqui necesitaba tiempo para digerir a la abuela, por lo que se arropó la cabeza y comenzó a toser.
-Pero abuela ¿no era dolor de barriga lo que tenías?
-Ay, sí, pero también me duele la garganta –dijo el lobo, tratando de poner voz de mujer con carraspera.
Florencia, sin pensarlo dos veces, agarró una pala que descansaba apoyada en la pared y descargó un fuerte golpe en la tapada cabeza del lobo, que quedó aplastada, falleciendo éste al instante.
-¡Jodido lobo! –dijo mientras descubría la cabeza de Güisqui–. Mi abuela siempre fue más rápida que tú, de hecho, no la hubieses atrapado y comido si no fuese tan mayor. Además siempre usó la mejor y más avanzada tecnología ¡tenía la garganta de titanio y no le podía doler!
Un claxon sonó fuera, y Florencia se apresuró. Su novio (que la había traído en su descapotable por el camino largo) esperaba fuera.
-¡Ya voy, Eddie... leñador mío!